El acuerdo que permite la conversión mutua de licencias de conducir entre Brasil e Italia entró en vigor el lunes 28 de abril. El tratado había sido firmado en julio de 2024, durante el Visita oficial del presidente italiano Sergio Mattarella a Brasil.
En esa ocasión, Mattarella firmó una serie de acuerdos con autoridades brasileñas. Entre ellos, este pacto de movilidad, presentado como un avance concreto para las comunidades de ambos países.
La noticia fue celebrada con entusiasmo por la diplomacia italiana. “Este es un beneficio real y práctico para muchos”, afirmó el embajador Alessandro Cortese, destacando el “compromiso de dos años” para hacer viable el proceso.
Hasta ahora, todo bien. O casi.
La velocidad de la burocracia
Lo intrigante es el tiempo transcurrido entre la firma y la entrada en vigor: casi un año entre el apretón de manos oficial y la posibilidad concreta de que un brasileño pueda conducir legalmente en Milán sin tener que volver a aprender a estacionar.
La lentitud no sorprende a nadie que esté familiarizado con el ritmo de los trámites binacionales. Pero el caso revela el abismo que existe entre el anuncio político y la aplicación práctica. Es el típico "ya está resuelto", seguido de una espera silenciosa.
Un acuerdo, dos realidades
En la práctica, el acuerdo beneficia a los brasileños residentes en Italia y a los italianos residentes en Brasil. Podrán convertir sus CNH sin necesidad de repetir exámenes teóricos ni prácticos. Un alivio para quienes se enfrentaron al laberinto burocrático de Detrans y sus equivalentes europeos.
Pero hay un detalle curioso: el acuerdo “entró en vigor”, pero aún está pendiente su promulgación formal en Brasilia. En otras palabras, oficialmente vale la pena, pero no vale tanto. Mo Brasil, el piloto italiano, por ahora deberá esperar un poco más. Al fin y al cabo, la burocracia también tiene zonas horarias.
una cuestión de dirección
El pacto en sí es positivo y aporta beneficios directos. Pero su lenta implementación sirve como retrato fiel de las relaciones entre Brasil e Italia: afectuosas, llenas de promesas, pero con el cronómetro roto.
Como en toda buena telenovela italo-brasileña, hay emoción, expectativa y un toque de ironía. Al fin y al cabo, para transformar una simple licencia de conducir en un símbolo de integración, nada mejor que once meses de suspense diplomático.
