Todos los días son así. Doña Adelia Senestro, de 90 años, es llevada al balcón muy elegante y, armada con sus binoculares, vigila si las flores del jardín del condominio donde vive crecen bien.
¿Fueron regados correctamente? ¿Están creciendo? ¿Han florecido ya las nuevas plantas? Estas son las preguntas que hay que responder, en cuarentena o no. “Esta atención al detalle me parece impresionante”, comenta su nieto Fabio Giorgio Cavallero, de 35 años. “Como muchas otras personas mayores, mi abuela sigue aferrándose a la vida hasta en las cosas más pequeñas”, afirma.
Nacida en Saluzzo, en la región de Piamonte, pero savilliana de corazón, la abuela Adelia –madre de dos hijos y abuela de dos nietos– siempre ha sido una apasionada de la naturaleza, del senderismo en la montaña y de los viajes.
Por eso, dice su sobrino, tiene estos binoculares: “los llevaba a pasear por la montaña, para ver las marmotas y los pájaros”. Ahora que los paseos son sólo un recuerdo lejano, cultiva su pasión lo mejor que puede: desde la distancia, para evitar riesgos, pero sin renunciar a su consulta diaria con las flores. “Ella tiene su propia rutina. Y luego todo cambiará”, dice el nieto, orgulloso y divertido, a la periodista Chiara Severgnini, de Mensajeros.
La cuarentena de doña Adelia comenzó mucho antes de las restricciones del Primer Ministro Giuseppe Conte para proteger a Italia contra la pandemia de coronavirus: un problema cardíaco obligó a la anciana a permanecer en silla de ruedas pocas semanas después de cumplir 90 años, celebrado en diciembre.
La familia había regalado un viaje a París a nonna, pero permanecerá en el cajón.
“Para ella, que es una mujer tan activa, quedarse en casa es un sacrificio enorme”, afirma su nieto. “Hasta hace poco, mi abuela todavía conducía el coche y, cuando tenía 88 años, cogió un avión y fue sola a visitarme a Atenas, donde yo vivía”, recuerda Cavallero.