En Brasil, la izquierda insiste en que la extradición de Cesare Battisti es un caso político. En Italia lo tratan como a un terrorista.
Considerado prófugo por la Policía Federal brasileña después de que su arresto fuera determinado por el ministro Luiz Fux, del Supremo Tribunal Federal (STF), el ex activista suscita opiniones similares entre diferentes sectores del espectro político italiano. Este viernes, el presidente Michel Temer firmó el decreto de extradición de Battisti.
Condenado a cadena perpetua en su país de origen por terrorismo, acusado de participar en cuatro asesinatos a finales de los años 1970, Battisti lleva más de treinta años eludiendo la petición de Italia de que sea entregado a otros países. Sólo en el caso de Brasil, el embrollo ha durado casi doce años.
Desde entonces, políticos italianos desde el centroizquierda (como Romano Prodi) hasta la extrema derecha (en el caso del actual ministro del Interior, Matteo Salvini) se han movilizado para que Battisti sea extraditado y cumpla condena por crímenes cometidos en uno de los periodos más turbulentos de la historia italiana.
“Este no es un tema que tenga lados. Battisti lleva más de treinta años condenado, la presión política para que sea detenido ha existido durante todos estos años. Es una cuestión del poder judicial italiano, que es totalmente independiente”, afirmó el profesor de derecho internacional Claudio Zanghi, que enseñó durante más de 40 años en la Universidad Sapienza, en Roma.
Para Zanghi, decir que Battisti no debería ser extraditado por correr riesgos en Italia debido a sus opiniones políticas –como consideró el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva en la decisión de concederle refugio en 2010– es una “motivación fantasiosa”, que ignora no sólo la independencia del poder judicial, sino el propio Estado democrático de derecho.
Por lo tanto, dice, el tema moviliza a políticos de todo el espectro político, además de ser una reparación por uno de los momentos de mayor violencia en la historia de la política italiana, que afectó a partidos de diferentes ideologías.
Entre finales de los años 1960 y principios de los años 1980, Italia vivió un período que se conoció como los “años de plomo”, marcados por actos violentos llevados a cabo por grupos de extrema izquierda y extrema derecha, y también por la represión estatal. .
Un episodio decisivo fue el secuestro y consiguiente asesinato de Aldo Moro, que había sido primer ministro, por las Brigadas Rojas (Brigate Rosse, en italiano, organización guerrillera comunista paramilitar), en mayo de 1978.
Battisti era parte de un grupo periférico que luchó junto a los brigadistas, los Proletarios Armados por el Comunismo (PAC). Su condena –al igual que la de varios otros implicados en crímenes de la época– incluyó un acuerdo de culpabilidad. En el caso de Battisti, el proceso se basó en declaraciones de un excompañero de grupo, a quien le redujeron la pena tras su colaboración. Este es uno de los argumentos del condenado para alegar presunta persecución política.
Giros
La nueva solicitud de detención solicitada por el ministro del STF y la consiguiente desaparición de Battisti fueron noticia en Internet y en las cadenas de televisión italianas. Y también volvieron a movilizar a los políticos.
Incluso el opositor Partido Demócrata, de centroizquierda y que atraviesa actualmente una crisis de representación, se pronunció en su sitio web de noticias, recordando los esfuerzos realizados durante su gobierno para lograr la extradición del criminal.
Matteo Renzi, que era primer ministro, presentó varias solicitudes de extradición de Battisti, que vivía en el municipio de Cananeia, en la costa sur de São Paulo, entre 2014 y 2016.
Exponente de la extrema derecha y hombre fuerte del gobierno populista que acaba de cumplir seis meses, Salvini pidió ayuda en Twitter al presidente electo Jair Bolsonaro para llevar justicia a Italia. Según él, una persona condenada a cadena perpetua no puede “disfrutar de la vida en las playas brasileñas”.
Bolsonaro, que ya había defendido en otras ocasiones la extradición de Battisti, dijo que ayudaría a enviar a Italia al “terrorista asesino defendido por camaradas brasileños con los mismos ideales”. Salvini subrayó que, si es necesario, “tomará el primer vuelo” para recoger a su compatriota y llevarlo a una prisión italiana.
escapar de la justicia
Cuando fue declarado culpable por primera vez a principios de los años 1980, Battisti ya había huido de Italia. Su caso fue tramitado en diferentes instancias de la justicia italiana y también pasó por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos sin que existiera consideración alguna de que fuera perseguido político –sus crímenes fueron considerados comunes–.
Primero refugiado en México, Battisti se estableció en Francia en la década de 1990 como refugiado político, un estatus otorgado por el gobierno de François Mitterrand. El gobierno de Jacques Chirac cambió este entendimiento en 2004, lo que dejó al italiano sujeto a extradición. Por ello, huyó a Brasil, siendo detenido en 2007.
En ese momento, el entonces primer ministro italiano de izquierdas, Romano Prodi, celebró la detención del condenado por terrorismo y exigió su extradición. El caso se prolongó y Battisti obtuvo la libertad y el derecho a permanecer en Brasil, a pesar de que el Tribunal Supremo Federal reconoció que no era perseguido políticamente.
El tribunal, sin embargo, dio la última palabra del caso al Ejecutivo. La decisión la tomó el entonces presidente Lula, quien en su último día en el Palacio do Planalto (en diciembre de 2010) anunció que el italiano permanecería en Brasil.
Lula dijo que, si regresa a Italia, Battisti podría sufrir persecución por su “opinión política”. El expresidente aceptó el entendimiento de la Procuraduría General de la República, que consideró que había “razones considerables para suponer que el extraditado sería sometido a un agravamiento de su situación, dado su pasado marcado por la actividad política”.
El episodio provocó indignación entre los italianos. El primer ministro del gobierno en ese momento era nuevamente el centroderechista Silvio Berlusconi, que fue duro: pidió a Lula que explicara la decisión "inaceptable e incomprensible" a los italianos y a las familias de las víctimas.
“La declaración de Lula fue bastante dura. Tenemos problemas, pero no somos Burundi”, respondió el profesor Claudio Zanghi, todavía preocupado por el resultado del caso. “¿Podrá volver a escapar?”, se pregunta. "Esta es una historia triste, vieja y muy política".
por Lucas Ferraz / BBC Noticias Brasil
